6 de Junio de 2003

https://www.youtube.com/watch?v=xIRKw7TZoQM

https://www.youtube.com/watch?v=zDfuDwT9gGA

HOMENAJE A DIONISIO BLANCO (1927-2003)

 

Hotel Zubialde (Hesperia). 6-6-2003.

 

Dionisio Blanco murió en el Hospital de Basurto-Bilbao, el día 10 de abril de 2003, en la habitación 210 del Pabellón Revilla, a las 6:10 de la tarde, estando presentes sus sobrinos Raúl y Paquita. Su amigo Gartzen llegó 10 segundos después del óbito.

 

Hagan Vds. cábalas respecto a la casualidad del número 10 y piensen que, en todo caso, en los baremos académicos, 10 significa sobresaliente.

 

Dionisio, que tomó la alternativa en la Galería Grises de José Luis Merino, quedó ese día blanco para siempre, tiñendo de luto y de pena a la cultura vasca y a todos los que tuvimos el privilegio de tratarle y que hoy estamos aquí en este simposio, reconociendo emocionados las cualidades y peculiaridades de su vida y de su obra.

 

Dionisio Blanco burló, con 22 años, a su propio destino. Desde su condición de gran invalidez, provocada por una grave lesión medular accidental, consiguió romper los barrotes de la jaula que lo mantuvo durante 2 años en cautividad y mostrar sus poderes ocultos: una solución de compromiso con el arte y a través de él con el hombre, con sus sufrimientos, sus deseos, sus necesidades y el mundo de trabajo en que está inmerso (sic).

 

A través de ese compromiso, y a pesar de sus limitaciones físicas, fue consiguiendo un progresivo despliegue vital. Ello demuestra, una vez más, que las personas son capaces de ordenar y transformar sus vidas desde la enfermedad, siempre que exista posibilidad alguna para el autodespliegue y la autorrealización.

 

Como señala Javier Urquijo el arte fue su disculpa para poder seguir siendo. Yo añadiría para poder seguir existiendo.

Como otros tantos colegas médicos aquí presentes –Javier Guimón. Fernando Sádaba, Antonio Calderón, Antonio Villanueva, Violeta González Urcelay, José Ignacio Varela, Javier Izquierdo, Aurora Bilbao, Pedro López Merino, Julio Garaizabal, Gonzalo Corcóstegui…etc., y otros desgraciadamente ausentes como el Prof. Victor Bustamante, tuve la oportunidad de conocer a fondo el cuerpo y el alma de Dionisio, prodigándole la simpatía sintonizante que me facilitó captar sus emociones y su angustia.

 

Reflexionando estos días sobre su vida, su personalidad y su obra, me adhiero al viejo aserto de que estamos ante un pintor que se ha pintado a sí mismo.

 

En su proceso creativo existe un verdadero cambio revolucionario que estimula la búsqueda de contenidos, simbolismos, estructuras y técnicas nuevas. Su producto plástico trasciende e impacta en el mundo externo por su calidad de “lenguaje de logro”, en palabras del poeta  J. Keats, que no es otra cosa que el valor de la obra creativa basado en su repercusión y penetración a través del tiempo y del espacio.

 

Dionisio se expresó artísticamente desde una posición depresiva, en un duelo constante. Sus realizaciones constituían para él la mejor defensa contra la angustia, el miedo, la soledad, el temor al dolor, al sufrimiento y a la muerte.

 

Sus rasgos obsesivos en la técnica pictórica y su exquisita sensibilidad poética, han sido los ingredientes fundamentales de una obra singular que, detrás o más bien encima de su impecable belleza plástica, planea todo un mundo alegórico fácilmente descifrable.

 

Dionisio dudo que fuese feliz en algún momento, a pesar de sus capacidades sublimatorias y de reparación que constituyen los aspectos más sanos y más integrados de la personalidad.

 

Mantuvo el tipo mientras duró su capacidad creativa.

 

En los últimos 15 años una creciente amargura le fue desposeyendo poco a poco de las ganas de vivir. Como él decía: los cambios de la democracia me han hecho apearme del vagón de la utopía. Su cuerpo fue atrofiándose hasta quedar confinado en una cama o en una silla de ruedas. Ciego acudió el pasado 12 de noviembre a la inauguración de la exposición de esculturas de Oteiza, otro gigante de la cultura vasca que le adelantó un día en dejarnos.

 

Como un muñeco roto, pero sin perder la sonrisa, y en absoluta dependencia de sus cuidadores, algunos aquí presentes, su libertad quedó otra vez enjaulada, sin ninguna posibilidad para un nuevo despliegue. Reclamaba la muerte como una necesidad de su acontecer vital.

 

Cerró los ojos suave, como escribió Tomás Meabe, su fabulista preferido, pestaña contra pestaña… y pensé empapado en lágrimas de nieve: tanto amor y no poder contra la muerte.

 

 

                                          Ricardo Franco Vicario, médico personal y amigo de Dionisio Blanco.